El paseo de Manuela

El paseo de Manuela

No sin preguntas caminaba entre las calles empedradas y mojadas Manuela. En aquel atardecer a media luz, cuando las luces de la ciudad todavía no se habían decidido a salir para iluminar los hermosos rincones de la ciudad. Por allí pasaba Manuela, sin dejar de aspirar cuando los jardines de aquellas casas desnudas en su parecer, escondían aquellos
jazmines que embriagaban los poros de su piel.


Así caminaba Manuela, en aquel claroscuro, que quedaba fundido con el atardecer que escondía el entredicho de su ser. Preguntas que no
dejaban de envolver su mirada y su mover airoso y anhelante a la vez.
Quizá preguntaba al viento, quizá al silencio sabiendo que en su preguntar
sólo habitaba el fluido y volátil no saber. Y así caminaba Manuela, en aquel paso anhelante que en el frescor de la calle se dejaba ver el tiempo volviendo hacia atrás.


Manuela volvió en su recuerdo y no pudo hacer otra cosa que esperar y dejarse envolver, se paró y el instante se hizo eterno, por volver allí, donde todo permanece siendo lo que para ella fue lo eterno. Volvió allí, volvió con él, y sin dejarse de estremecer, quedo envuelta en el gemido de la pasión de ayer. Volvió a él, en aquel instante eterno, en el instante del amor.

En aquel instante de pasión donde sin estar volvía a sentir cómo aquella mano tan delicada paseaba por su piel, recorría sus sentidos, recorría su vida entera dándole un nuevo sentido. Volvió a su boca escuchando cuando le decía que la amaba, paseándose por su piel, recorriendo todos los huecos y hondonadas del relieve de su figura. Volvió a su aliento sintiendo en ese momento el calor que atravesaba el tiempo y lo hacia más denso e intenso, dejándose llevar hacia el encuentro que los fundió sin recordar quien era quien.

Volvió a él en un eterno estremecido de aquella pasión anhelante.
Fue un instante para Manuela que se rompió cuando las luces de aquella
calle empedrada decidieron iluminar su rostro para hacerla ver que estaba
aquí, y estaba sola. Y de nuevo empezó a caminar dejando su semblante
como si ya hubiera estado con él, como si saliera de su casa, como hacía
ayer, llena de la vida de él. Y al instante, como siempre, quedó envuelta
en aquella pregunta sin respuesta. Así paseaba Manuela en el atardecer
por Granada.

La Amarvioletada.

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