
10 Ago PUERTAS BLINDADAS
Ella era una aprendiz de mujer. Decía tener los dieciocho, pero siempre sospeché que me mentía. Una vez me contó que tenía una hermana mayor, nunca la conocí, Lucy debió robarle el carnet y usarlo para cosas de mayores.
En fin, Lucy sería el nombre de su hermana, aunque la chica de la foto fuese clavadita a esa niña mujer.
Lucy siempre llevaba una pequeña llave antigua, que yo debía encontrar oculta entre sus ropas. “Esta es la que me abrirá puertas blindadas”, solía decir.

Me excitaba poder recorrerla, aunque fuese por recovecos de lino. Sin rechazo, pero
sin entrega. “La recompensa vendrá después”, afirmaba, “y desearás que la llave vuelva a perderse”, y sonreía juguetona, como una niña casi mujer, que apenas se da cuenta de la envergadura de su diversión incendiaria.
Una noche, ella estaba ya en el estrado, seductora, dispuesta a dejarse buscar.
Comencé a acariciarle el pelo y a comer de su cuello, en busca de puntos vulnerables, y de una llave que sabía no encontraría. La vi lamerse el índice, que luego posó entre mis labios.
Era hora de romper las reglas, mis éxtasis anhelaban un refugio más cálido. El animal enjaulado no aguantó más y lanzó las zarpas, agarrándola por las caderas e hincándose las uñas. Comencé a subir su vestido y a tragar la tela entre mis manos hambrientas, hasta que sus muslos estuvieron al alcance.
Era carne de leche aun. La atraje hacia mi centro, y Lucy se dio la vuelta, resbalando muy despacio. Sin dejar de mirarme, se desabrochó el segundo y tercer botón bajo el escote, dejando otra ventana abierta al deseo.
Cogió una de mis manos y la llevó hacia aquel hueco. Para mi sorpresa, la giró suavemente, haciéndome meter los dedos en un pequeño bolsillo interior de su vestido. Así la llave al mismo tiempo que, con la otra mano, ella completaba lo que tantas veces se me había vetado.
No sé en qué momento la llave pasó a estar en su poder. “Y, ahora…”, dijo mientras yo contenía la respiración y mi leche se fundía con la suya “… juez Harry…” Al oírle pronunciar mi nombre me fijé en su brazo estirado“…tú indultaras a la verdadera Lucy”.
Antes de terminar la frase, la mujer de leche ya había desconectado la microcámara adaptada a la llave que nos apuntaba en la distancia.

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