SEÑALES INCOMPLETAS

SEÑALES INCOMPLETAS

Cada madrugada esperaba en la parada el autobús casi vacío. Esa mañana algo cambió al recorrer con la atención distraída el conocido interior del vehículo, sus ojos se posaron en la media sonrisa que le observaba con descaro.

Como por aburrimiento, su ojos empezaron a recorrer lentamente el cuerpo de la mujer. Ella continuaba inmutable, sin ignorarle, pero tampoco dando a entender que notaba su atención. De repente notó un ligero movimiento de sus rodillas, prácticamente imperceptible y sutil.

¿Una invitación a posar sus ojos más allá del horizonte oscuro que la falda producía?, se preguntó. No le dio mayor importancia, creyó que se trataba sólo de su imaginación mezclada con el estado de somnolencia que le embriagaba a esas horas.

Al día siguiente la escena se repitió, la misma hora, los mismos asientos, la misma sonrisa y, por supuesto, el mismo movimiento de las rodillas. Sin embargo ese día su cuerpo reaccionó de forma imprevista con una excitación instintiva e indeseada. Se ruborizó y acomodó su cuerpo de forma que no se notase el aumento de volumen.

Durante varios meses este ritual se repitió cada día a primera hora de la mañana y, el no saber si el movimiento era real, le obsesionaba durante el resto de la jornada. Se sorprendió pensando en las piernas de la mujer del autobús mientras hacía el amor con su novia. La atracción que sentía por ella le estaba trastocando la vida. Se levantaba antes de tiempo y vivía con ansiedad la espera. Ese momento era el preludio de una excitación que luego volvía a rememorar durante el resto del día.

Sin previo aviso un día la mujer no apareció. Su pequeño secreto de la mañana de desvaneció. Las siguientes semanas fueron un desastre, cada día esperaba volver a verla, pero no ocurrió. Un domingo por la mañana, varios meses después de ese último encuentro, estaba sentado desayunando en una terraza de un parque cercano a casa, distraído. Posó la mirada en unas rodillas que asomaban por debajo de una mesa cercana.

El corazón de dio un vuelco a notar el mismo movimiento de invitación del que tanto había dudado. Al levantar los ojos vio el rostro de la mujer con una sonrisa radiante. En ese momento supo que el deseo era mutuo, sus sueños eran compartidos y que la excitación que sentía sería correspondida.

S. MATURIN

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